Antesala al golpe de 1976
Para que existiera
un 24 de Marzo de 1976, existió esto
Tiempos difíciles y algunas palabras comunes en
esos días , Montoneros, E.R.P, comandos civiles, Lopez Rega, atentados,
secuestros, fusilamientos, Isabelita, tripe A, Rodrigazo, Campora al gobierno,
Monte tucumano, Peronismo de derecha, peronismo de izquierda, Rucci, Ezeiza
,Favio, cárcel del pueblo, Aramburu, Libia, panfletos, Kadaffi, bombas cazabobos, pan dulce, Viejobueno,
copamiento, colegio tomado, represión, Abal Medina, Santucho, Vaca Narvaja,
Firmerich, Larrabure, Viola, Pedernera, Comando de sanidad, guerrilla, exilio y
dictadura… sin final feliz.
El material reproducido en
esta sección pertenece al libro Masacre de Pasco de la docente e investigadora Patricia Miriam Rodríguez Heidecker,
cuya exhaustiva investigación corrigió datos históricos erróneos sobre aquellos
sucesos que los medios de difusión, incluido este sitio, reprodujeron durante
décadas, ante la carencia de una información completa y rigurosa. Agradecemos
la generosidad de la autora tanto por el contenido de texto como gráfico y
animamos a los lectores e interesados a leer el libro completo, que puede
conseguirse, entre otros sitios, en la Librería de las Madres, Hipólito
Irigoyen 1584, Buenos Aires.
Contacto: Patricia Miriam
Rodríguez Heidecker
patritem@hotmail.com
La masacre de Pasco
El 21 de marzo de 1975 a las 21.30 hs, ocho
vehículos, varios Ford Falcon color gris, otros negros, también Torinos
blancos, frenaron intempestivamente en la calle Donato Álvarez, a escasos
metros de la Avenida Pasco, en el barrio San José de Temperley. Algunos autos
llevaban balizas sobre el techo, al igual que los utilizados por la policía,
otros traían valijas sobre el portaequipajes. Los automóviles transportaban
entre quince y veinte personas de civil con capuchas negras. Llamativamente,
uno llevaba una máscara de carnaval y otros dos la cara descubierta.
Sobre la calle Donato
Álvarez, la gente de la zona solía acudir al Bar El Recreo, porque también
funcionaba como almacén, aunque fundamentalmente como lugar de encuentro de
parroquianos. Lo atendía Don Pascual, un italiano que decía haber hablado con
Perón. Esa noche de verano la rutina del boliche se vio interrumpida por la
entrada inesperada, violenta de los encapuchados. Llevaban armas largas y
cortas de distinto calibre, entre ellas itakas, pistolas y ametralladoras que
usaron para apuntar a Don Pascual y al mozo, Luis Ortiz, los amenazaron de
muerte, gritaban preguntando por Lencina, lo miraban al mozo Luis Ortiz. El
concejal no estaba allí, fue la respuesta del empleado, por eso arremetieron
con ráfagas de ametralladoras sobre las paredes, el mostrador, la estantería,
la heladera del establecimiento, mientras rompían mesas y sillas. Pero antes de
retirarse robaron relojes, dinero y otros objetos de valor a los presentes.
También según el parte policial de la época se apropiaron de un colectivo.
Héctor Lencina, Coca, y
Alejandro, el hijo de ambos vivían en Donato Álvarez 47, justo al lado del bar.
Un largo pasillo conducía al departamento del concejal.
Esa tarde, Hugo Sandoval y
Héctor se habían encontrado. Ellos compartían mucho tiempo juntos, actividades,
reuniones, asambleas. A veces la gente les cambiaba el nombre para señalar
desde el humor la entrañable amistad, casi simbiótica que los unía. Esa tarde
se habían abocado a los quehaceres propios de sus cargos, ya que ese día no
había sesión en el Concejo Deliberante. Terminada la tarea, se separaron.
Estaba oscureciendo cuando
Héctor decidió invitar a otro compañero, Aníbal Benítez, cafetero del Concejo
Deliberante de Lomas de Zamora y a su esposa a cenar en su casa. El matrimonio
llevó a la bebita de ambos, recién nacida. La idea era reunirse para mirar un
partido de fútbol. Jugaba Independiente y Chacarita, lo televisaban. Aníbal y
Héctor aprovecharon el momento de distensión para ver el partido, los
acompañaban Gloria, la esposa de Aníbal Benítez, Cristina Rapari y Alejandro
Lencina. Cristina Rapari cuidaba al niño de sólo 4 años cuando Coca Rapari se
ausentaba.
La tranquilidad doméstica fue
interrumpida por unos hombres con máscaras que ingresaron violentamente en
Donato Álvarez 47, se apoderaron del edil y de su amigo Aníbal Benítez, los
introdujeron por la fuerza en uno de los autos, mientras otros revisaban el
departamento buscando papeles, información que se llevaron. Destruyeron casi
totalmente el lugar, luego arrojaron bombas incendiarias. Durante la gran
confusión, Cristina Rapari, tía de Alejandro, lo tomó fuertemente y junto a
Gloria Benítez corrieron para resguardarse de la lluvia de balas que se había
desatado dentro de la vivienda. Un rato antes, Cristina había forcejeado con
los captores, decididos a llevársela. Se salvó porque uno de ellos gritó que no
era Coca Rapari, a quien buscaban.
En esos días Hilda Coca
Rapari de Lencina debía viajar a Córdoba y resultaba necesario organizar una
reunión política con los militantes de la zona. Había que conseguir una casa
para el encuentro y Chavella (militante de la JP desaparecida) era la
encargada, pero cuando llegaron a Pasco y Santa Ana, Chavella le informó que no
había logrado dar con una casa. Eso la preocupó mucho, porque debía viajar y no
podía levantar la reunión, para colmo un miedo terrible se había apoderado de
ella. Le confesó a Claudia Istueta (militante-desaparecida de la JP) con quien
caminaba hacia la casa de Mirta Musante (militante-desaparecida de la JP) el
feo presentimiento que tenía, de que algo malo iba a ocurrir. Al rato, de
vuelta al hogar, Coca tomó el colectivo y decidió bajar unas cuadras antes de
Donato Álvarez para observar si la seguían, porque esa era la consigna que
usaban para protección propia y de los familiares. Esa noche, de regreso le
pidió a Claudia Istueta que la acompañara hasta la barrera de Pasco y Caaguazú
porque se sentía aterrorizada. Eran las 10 hs. de la noche y Pasco era un caos,
se veía un gran embotellamiento de autos. Presa de la desesperación comenzó a
correr y cuando estaba llegando, algunos de los vecinos le dijeron que no fuera
a su casa porque aparentemente unos ladrones habían entrado. Desde donde estaba
escuchó tiros y no tuvo dudas de que se trataba de la AAA.
Coca seguía avanzando por
Pasco, aunque en realidad quería escapar por miedo a lo que iba a encontrar y a
la altura de Pasco al 4600, justo donde estaba ubicada la Unidad Básica 22 de
agosto vio a la caravana de la AAA detenerse.
Más tarde los vecinos le
contaron que la patota entró tiroteando con ametralladoras y gritándole a
Héctor que se entregara o sino mataban a Alejandro. En un principio, había
logrado escapar por el techo, ya que la parte de atrás de la casa no estaba
cercada, pero cuando escuchó que amenazaban con matar a Alejandro decidió
entregarse.
Mientras los vecinos llamaban
a los Bomberos Voluntarios de Bernal que al poco tiempo acudieron para
extinguir las llamas, sin resultados, porque no lograron evitar la destrucción
de la vivienda; la patota se detenía en la avenida Pasco al 4600 donde vivía la
vicepresidenta del Concejo Deliberante, Irma Santa Cruz. La misma metodología
de barbarie se repitió en todos los casos, los parapoliciales ingresaron
violentamente, destruyendo puertas, ventanas. Allí capturaron a Héctor Flores,
ex-secretario de la concejal Irma Santa Cruz, lo obligaron a ingresar a uno de
los automóviles, mientras el resto del grupo revisaba la casa y se llevaba documentación
y varios objetos de valor. Héctor Flores pertenecía a la agrupación “Patria
soberana” de Osvaldo Mércuri. Militaba en el barrio Los Pinos de LLavallol,
había participado y organizado sucesivas marchas al Ministerio de Bienestar
Social, cuya autoridad máxima era El Brujo López Rega con el propósito de
conseguir las escrituras de los departamentos.
Esa noche, Héctor Flores
había sido convocado a una reunión en el barrio San José, no estaba organizada
de antemano, recibió un llamado en la casa de su madre a último momento. Flores
había sido el secretario de Irma Santa Cruz hasta diciembre de 1974, estaba en
la casa de ella cuando irrumpió la patota. Intentó escapar, defenderse, pero se
entregó sin oponer resistencia, porque temía por la vida de Héctor Ricardo, su
hijo mayor, quien lo acompañaba y a quien tenían de rehén. La banda de la
Triple A amenazó a Flores con matar al niño. Esto motivó la entrega sin
resistencia. Padre e hijo se cruzaron cuando liberaron al muchacho quien
comenzó a correr mientras escuchaba los tiros. El niño estuvo gran parte de la
noche dando vueltas por Donato Álvarez. Pasaron más de treinta años y aún
persisten, en su cabeza, imágenes traumáticas de aquella noche. Héctor Ricardo
no habla, sólo gesticula. Los hermanos Flores viven en el mismo barrio de la
infancia, pero ni remotamente se comunican, el horror los fragmentó.
A continuación, la banda
armada se dirigió a las calles Sargento Fariña y Pasco, al lado del
departamento de Irma donde funcionaba hasta hacía unos pocos meses atrás, la
Unidad Básica 22 de agosto, un lugar emblemático para la Tendencia
Revolucionaria de San José, porque desde allí se centralizaban las actividades
políticas de la zona. Los hombres encapuchados revisaron minuciosamente el
local, secuestraron documentación y luego lo ametrallaron. La caravana de
automóviles se puso en marcha por la avenida Pasco y desde uno de los autos
abrieron fuego contra un automóvil Rambler, año 1963 con patente oficial y una
inscripción que rezaba “Vicepresidente del Concejo Deliberante de Lomas de
Zamora”, propiedad de la concejal del FREJULI, Irma Santa Cruz.
La osadía de construir poder
popular. Este trabajo recopila testimonios de diferentes
actuantes-protagonistas del proceso político, cultural y social de Lomas de Zamora
durante las décadas del 60-70. Rearma la trama social en los diferentes
espacios donde se resistía al poder hegemónico: los barrios, la Universidad,
las Fábricas, las Escuelas; todos estos, escenarios en donde se reprodujeron
los acontecimientos acaecidos a nivel nacional. La compilación se enmarca en un
breve relato del clima político vivenciado en el resto del mundo: las luchas
por la liberación que encuadraron los sucesos históricos más importantes de
aquel tiempo en nuestro país, en nuestra localidad. Reconstruye las identidades
y las especificidades del tejido social y local que se fueron organizando a
partir de las necesidades básicas insatisfechas como el asfalto, la luz
eléctrica, el agua corriente. Rearma el proceso que partió del vínculo con el
otro en la cuadra, la Sociedad de Fomento, la Iglesia, la Fábrica, la Escuela y
que derivó hacia la toma de posiciones políticas definidas. Refleja cómo la
participación desde lo colectivo hizo posible la construcción de un sujeto
social, con una identidad propia que fue creciendo al amparo de las luchas que
cuestionaban el orden desigual e injusto, pero también las relaciones
cotidianas familiares, escolares, religiosas, de pareja. También recupera, a
través de testimonios, las identidades silenciadas de los compañeros
secuestrados-desaparecidos de Lomas de Zamora
Por último plantea la idea de
que la memoria no tiene olvido, reaparece cuantas veces es clausurada y negada.
Tampoco es única, porque los recuerdos son pequeños y contrapuestos fragmentos
de la realidad, por lo tanto propone el desafío de juntar esos fragmentos desde
la diversidad, haciendo una sincera evaluación a partir de interrogar al pasado
desde el presente.
TESTIMONIOS DE VECINOS
“Todas las tardes, después de que llegaba de
su trabajo, y aun jubilado salía a la puerta, arreglaba el jardín. Esa era su
costumbre. En el atardecer del 21 de marzo del ’75 mi papá se dirigió a la
puerta, como siempre, y pudo ver cuando llegaron varias personas en distintos
autos, entraron en el baldío de la calle Santiago del Estero y Amenedo, y
arrojaron las bombas que fragmentaron los cuerpos de aquellos que fueron
secuestrados y muertos por la Triple A en la llamada Masacre de Pasco. A partir
de ese momento, mi papá fue perseguido aún más. Venía a casa lastimado. Ellos
simulaban que lo asaltaban en el colectivo.” Este es uno de los relatos que
forman parte del primer libro de Patricia Rodríguez, Las ideas no se matan, que
concentra cerca de 50 historias de militantes y referentes sociales y políticos
desaparecidos que fueron protagonistas de la historia de Temperley, en el sur
del conurbano bonaerense, durante el Proceso. Muchos de ellos perdieron la vida
durante la Masacre de Pasco o fueron integrantes de la División Perdida del
colegio ENAM. Más información
Ya había muestras de
sobresalto entre los pobladores de la zona. Varios salieron de sus viviendas
para averiguar qué estaba ocurriendo, mientras otros observaban cautelosos
detrás de las persianas. Según testigos, los terroristas, a punto de pistola
obligaron a varios de los vecinos a despejar la calle y permanecer dentro de
sus casas.
Mientras tanto, en el Concejo
Deliberante, esa noche se iba a presentar en sesión ordinaria, el proyecto de
Ley: “Ampliación del cementerio municipal” cuyo autor Jorge Infantino del
Partido Federal proponía utilizar las dieciséis hectáreas del Campo Tongui para
crear un cementerio similar al de la Recoleta,, cobrando honorarios por su uso
y paralelamente, el cementerio municipal tradicional, gratuito. Carmelo
Pellegrini, concejal por la UCR, en cambio planteó trasladar el cementerio a
Garibaldi al 3000. Calabró, el gobernador había cedido el alambre perimetral,
la vereda y se le pediría la extensión del agua corriente para concretar alguno
de los dos proyectos. Sin embargo, Sandoval, concejal de la JP recuerda que ese
día no hubo sesión en el Consejo Deliberante.
Duhalde quería tratar el tema
según relata Infantino, pero hacía falta un concejal, así que Julio Sibara
(Subsecretario del Concejo Deliberante) fue a buscar a Irma Santa Cruz, porque
hacía falta dar quórum. Alrededor de las 20.00 hs de la noche la había ido a
buscar. En su casa se habían quedado Héctor Flores y su hijo junto a la hija,
el yerno y la nieta de Irma, mirando un partido de fútbol. Cuando regresó de la
sesión en el Concejo Deliberante, cerca de la medianoche, vio su auto corrido
de lugar, en el carril de enfrente y pensó: “Mi yerno corrió el auto”.
Julio Sibara la acompañaba y
ni bien se iban acercando vieron el coche totalmente baleado, las gomas desinfladas,
las ventanas rotas. Cruzó la calle, se dirigió a abrir la puerta de su casa,
mientras Julio Sibara, le decía que no lo hiciera. La hija de Irma vivía en una
casa que colindaba por el fondo con la suya, allí no encontró a nadie, tampoco
en la calle ni en su casa. A eso de la 23.00 hs fueron con Julio a la comisaría
que estaba cerrada, los atendieron por una ventanita. Luego los hicieron
ingresar y se encontraron con el padre de los hermanos Díaz y un hijo de éste.
El Sr. Díaz les preguntó:
-¿Ustedes vienen por lo
mismo?
-¿Lo mismo qué…?- contestó
Irma
-Por los chicos que se
llevaron-agregó el Sr Díaz
-Yo no sé nada-respondió la
concejal
-Se llevaron a Lencina,
Flores, Germán, mis hijos-aclaró el Sr Díaz
Irma estaba preocupada por su
hija, porque no la había visto.
Le pidió a Julio que la
acompañara hasta su casa y un policía le sugirió que mejor no fuera, porque
quizás todavía estaban ahí. Entonces les exigió a los policías que le dieran
una custodia para su casa. Le contestaron que no había policías porque todos
estaban afectados a la Masacre.
Julio e Irma regresaron a la
casa. Ella le pidió a Julio que caminaran juntos hasta la casa de los padres de
su yerno, pensando que quizás se habían refugiado ahí, pero el padre les dijo
que no sabía nada, que sólo había escuchado tiros.
Posteriormente se dirigieron
a la casa de Coca, en Donato Álvarez. Allí vieron mucha gente agolpada y muchos
policías. Entró al domicilio de Coca y observó pasmada todo el desastre que
habían hecho, habían baleado la heladera, la cocina, prendieron fuego a toda la
casa. Cuando salió alguien le avisó que su hija estaba con Doña Teresa, la
vecina de enfrente. Rápidamente se dirigió hasta la casa de su vecina, se
reencontró con su hija quien le contó que se habían llevado a Flores y que la
patota pretendía que su yerno los transportara en el auto, pero como no pudo
manejar, porque estaba muy nervioso, lo dejaron. Contó que se presentaron como
policías, estaban algunos encapuchados, llevaban el pelo corto, eran muy
grandotes. Revisaron toda la casa, los obligaron a acostarse boca abajo en las
camas. Cuando golpearon la puerta, Flores tenía un revólver arriba del
televisor y en el momento de abrir la puerta portaba el arma en la mano, pero
lo agarraron igual. Cuando la banda terrorista se retiró, Doña Teresa les
ofreció su casa para resguardarse y para que estuvieran seguros.
Al rato, Irma partió con
Sibara hacia la casa de Sandoval, concejal de la Juventud Peronista, porque
debía avisarle lo sucedido.
La siguiente etapa de la
cadena de secuestros fue una finca ubicada entre las calles Lules y El Hornero,
allí se apoderaron de los hermanos Alfredo Díaz y Rubén Eduardo Díaz de 18 y 16
años, respectivamente, los que pasaron a engrosar el contingente de cautivos
dentro de los automóviles.
También introdujeron en los
vehículos a Pedro Rubén Maguna y Germán Gómez donde ya se encontraban Lencina,
Benítez y Flores.
Del mismo modo, los
terroristas derribaron la puerta de entrada de la casa de Germán Gómez, se
apoderaron de papeles, publicaciones y otros objetos. Luego destruyeron los
muebles y artefactos domésticos con ráfagas de ametralladora antes de abandonar
la vivienda.
Esa tarde del 21 de marzo,
casi de noche, los Díaz habían organizado un asado en la casa de Germán Gómez.
Había un partido de fútbol y decidieron ir a verlo a la casa de Germán, el
padre de los Díaz, los hermanos Díaz y Puchero. Todos eran del barrio, se
conocían casi de la niñez.
Esa noche, el mayor de los
Díaz se había retirado de la reunión por unos segundos, porque había ido a
saludar a su cuñado que había venido de Florencio Varela a visitarlos. La casa
de los Díaz quedaba a unas pocas cuadras de la vivienda de Germán, casi a la
vuelta, en el trayecto escuchó disparos. En el momento en el que regresó a la
casa de Germán, durante el camino, un vecino lo tironeó y lo introdujo en su
casa. El hombre había presenciado el operativo en la cuadra y su intención era
resguardar a Díaz. Ya a salvo, dentro de la vivienda del vecino, observó detrás
de la ventana cómo pasaban militares que vestían uniforme de gendarmería
controlando los movimientos en el barrio. También vio a gente de civil como
parte del operativo y escuchó ruidos de sirenas, iguales a las que usaba la
policía.
Con posterioridad se enteró
que en ese ínterin en el cual estuvo ausente, sus hermanos Alfredo y Eduardo
regresaban asustados, corriendo rumbo a la casa de Germán, porque habían
presenciado el secuestro y los destrozos ocurridos en el departamento de
Lencina, a unas escasas tres cuadras. Seguidamente, hubo un despliegue de
autos, también de un colectivo. Todos los vehículos se detuvieron en la casa de
Germán, venían a buscarlo y al ver a los hermanos Díaz que corrían hacia la
casa de este, los interceptaron y los detuvieron para que no alertaran a los demás.
Con el tiempo y atando cabos, los Díaz llegaron a la conclusión de que Alfredo
y Eduardo reconocieron a alguien, por eso los secuestraron.
Los vecinos les contaron que
en el momento en el que se llevaron a Germán y lo introdujeron en el colectivo,
éste gritó:”Eras vos, flaco hijo de puta…”, “Bajen a los pibes que no tienen
nada que ver”. Aparentemente se refería a un policía soplón que vivía en la
calle Monteros de apellido Salazar que trabajaba en la Comisaría 1era de Lanús.
Los propios vecinos de Salazar, tiempo después les relataron a los Díaz que
cada vez que el policía se peleaba con su mujer, ella le gritaba: “Asesino,
hiciste matar a los Díaz”.
Germán sentía un odio
visceral hacia los policías y militares. En varias oportunidades había discutido
con Salazar, sin abusar de su capacidad de boxeador. Los Díaz ignoraban si hubo
enfrentamiento físico. Sí, sabían que Salazar era un tipo soberbio,
autoritario, finalmente emigró a Paraguay hace más de 20 años.
Cuando Díaz llegó a la casa
de Germán se encontró con Oscar, uno de sus hermanos, totalmente lastimado, le
habían pegado un culatazo, también halló a Puchero muy golpeado. Les habían
ordenado tirarse boca abajo, a su padre, su hermano Sergio de once años, a
Oscar de 22 años, a Puchero, a la esposa de Germán y a las hijas.
Cerca de las once de la
noche, buscó los documentos de sus hermanos y se encaminó a la comisaría de San
José para suplicarles que salieran a buscarlos. Ellos se excusaron diciendo que
no contaban con unidades. Agregaron que posiblemente el operativo fuera de la
propia policía. Mientras estuvo en la comisaría escuchó el ruido de la dinamita
estallando sobre los cuerpos de todos ellos.
Al lado de la casa de Germán
vivía la familia Maguna. Cacho era el apodo con el que conocían en el barrio a
Rubén Maguna, un joven que había intentado cumplir lo más cómodamente posible
el servicio militar forzoso, alistándose en las fuerzas policiales. Concluida
la obligación comenzó a trabajar en una metalúrgica de la calle Pasco. Se había
casado no hacía mucho, su esposa estaba embarazada cuando irrumpieron en el
domicilio de la pareja. Algunos dijeron que estaban buscando a un tal Chacho y
lo confundieron a Rubén por su apodo Cacho. La patota utilizó la misma
metodología de destrucción y violencia con la familia Maguna. Rubén no resistió
ver el maltrato que ejercían sobre su esposa embarazada, reaccionó
defendiéndola, entonces los encapuchados se lo llevaron.
LA TRIPE A MASACRA EN
ALTE BROWN
Continuando con el
raid de atentados en cadena, los coches de la patota se dirigieron seguidamente
a una vivienda ubicada en la calle Amenedo al 3900 casi esquina Santiago del
Estero, barrio San José, ya en jurisdicción de José Mármol, partido de
Almirante Brown y a no muchas cuadras de los lugares antes registrados, en
donde entraron con el mismo despliegue de violencia que en los casos
anteriores.
Calle Sanchez y Santiago del Estero San Jose en la actualidad |
En esa vivienda de la
calle Amenedo, que constaba de una sola habitación de mampostería vivían
Guillermo Omar Caferatta, maestro mayor de obra con su concubina Gladys
Martínez de 21 años, empleada doméstica. Esa noche, Omar Guillermo Caferatta no
se encontraba en el lugar. Su hijo afirma que unos pocos días antes había
viajado a Australia en búsqueda de un bienestar económico para la pareja.
Caferatta falleció en Australia, en el año 1993 de muerte natural.
Los vecinos relataron
a los periodistas que se congregaron en el lugar esa mañana, que los obligaron
a ingresar por la fuerza a sus respectivas viviendas. Mientras tanto Gladys
resistió como pudo, dando vivas voces de auxilio por lo que fue baleada y
rematada ferozmente en el interior de la vivienda. El cadáver de la mujer fue
hallado tendido sobre la cama junto a dos artefactos explosivos que no
estallaron.
Finalmente
concluyeron la serie de capturas, entonces la caravana de automóviles siguió
viaje con los siete secuestrados hasta detenerse en la calle Santiago del
Estero y Sánchez, a una cuadra de la vivienda de Caferatta. Los hombres fueron
bajados a empujones y colocados sobre la calle de tierra. El movimiento inusual
en ese tranquilo barrio, determinó que salieran a la puerta de sus casas muchos
vecinos, que en ese momento veían algún programa de televisión o se aprestaban
a dormir, pero los asesinos los obligaron a retornar a sus casas amenazándolos
con sus armas, aparentemente el que parecía dar las órdenes a los comandos los
intimaron para que se replegaran dentro de sus casas.
Allí, mediante el
empleo de diversas armas, los siete secuestrados fueron obligados a
arrodillarse. Se escuchó la voz de uno de ellos que gritaba que si lo tenían
que matar lo hicieran de pie. Otra voz gritó: “Viva la patria”.
Los balearon hasta
que cayeron acribillados. Por último colocaron los cuerpos juntos e hicieron
estallar dos poderosas granadas que al detonar hicieron volar los cuerpos,
arrojando a gran distancia a varios de los cadáveres horriblemente mutilados La
carga habría sido colocada junto al cuerpo del concejal Lencina, ya que éste
apareció horrorosamente mutilado. Su cuerpo, al ser proyectado hacia arriba
cayó sobre un cable eléctrico provocando un corte de energía en un amplio radio
del lugar.
En la intersección de
las calles Sánchez y Santiago del Estero yacía uno de los cuerpos, únicamente
con el tronco, sin extremidades, asimismo a unos 40 metros de dicho lugar
sobre la calle Canale, junto al pilar de la última finca, otro cuerpo
presentaba únicamente la parte superior del tronco faltándole en consecuencia,
el resto de los miembros. Además a unos 25 metros de la
intersección de dichas calzadas, sobre Santiago del Estero y junto al alambrado
de una finca, yacía un cuerpo completamente destrozado, hallándose asimismo,
diseminados por las inmediaciones restos de extremidades de los cadáveres
mencionados.
Dos cráteres
producidos por los artefactos explosivos que originó la mutilación de los
cadáveres se veían sobre la calle de tierra.
Según el relato de
los propios vecinos, la onda expansiva provocó la rotura de cristales hasta
diez cuadras a la redonda. Otro vecino del matrimonio Caferatta refería que la
explosión había causado la rotura del televisor.
Los autores del
asesinato concluyeron su macabra tarea colocando cerca de los cuerpos
destrozados, sobre un baldío, una bandera de 2mts de largo por 0,65 cm de alto, color
blanca con la siguiente inscripción: “Fuimos Montoneros, fuimos del ERP” en
aerosol rojo y un estrella de seis puntas. La inscripción hacía referencia a la
ideología de los asesinados, a quienes según ese texto se los señaló como
miembros de la agrupación autoproscripta y de la organización declarada ilegal.
Poco tiempo después
de la fuerte explosión, mientras llegaban los efectivos policiales a tres
cuartos de hora de iniciarse el operativo, según una estimación había un millar
de parroquianos angustiados y ansiosos por averiguar lo que había sucedido,
todos ellos cubrían la calzada. Se encontraron entonces con un horroroso
espectáculo, los cuerpos de los siete hombres secuestrados estaban
completamente mutilados.
Intervinieron
efectivos policiales de la Unidad Regional de Lanús, y ocho patrulleros de las
Comisarías de Temperley y Adrogué, cuyos efectivos fueron tomando datos del
sangriento raid, tanto en el bar el Recreo como en los domicilios del concejal
Lencina, de la concejal Santa Cruz, de Germán Gómez, Rubén Maguna, Caferatta y
en la misma unidad básica donde se concretó la incursión. Hallaron tanto en el
lugar del fusilamiento como en la casa de Caferatta alrededor de veinte
proyectiles, calibre 9 mm .
Y veintiséis cápsulas servidas del mismo calibre y de un proyectil de calibre 11,25 mm .
Esa mañana en el
lugar donde aparecieron los cadáveres de los siete hombres y de la mujer
acribillada que hasta ese momento permanecía en su domicilio apareció un joven
de alrededor de 14 años que en un momento determinado se separó de la
muchedumbre para acercarse a uno de los cuerpos que se encontraba en la calle
Santiago del Estero y se echó a llorar al reconocerlo. El mismo joven reconoció
a Germán Gómez de 31 años, obrero portuario que de hecho fue la primera
identificación después del asesinato colectivo. También creyó reconocer entre
los cuerpos mutilados a un joven de 17 años de nombre Langone (apodo con el que
llamaban a uno de los hermanitos Díaz). Dicho muchacho manifestó que los
hermanos Díaz contaban con otro hermano que estaba ausente en el momento que se
realizó el atentado, lo que habría permitido que salvara su vida.
Esa noche, Carola,
una vecina del barrio se acercó hasta la casa de Caferatta, temía encontrar
entre las víctimas a alguno de sus hermanos, militantes populares por aquella
época. La vio a Gladys, sin vida, también el cuerpo de un joven alto de pelo
ondulado, tirado al lado de la heladera. Nunca supo de quién se trataba, ni
siquiera los diarios del momento registraron el nombre de esa persona. En
concordancia con los dichos de Carola, el hijo de Caferatta conjetura que
alguien se refugió en la vivienda de su padre. Imagina que venía escapando, lo
agarraron en la casa y se lo llevaron junto con los demás al baldío donde los
masacraron. Esta hipótesis explicaría el desplazamiento de la patota desde el
barrio Santa Rosa hasta las calles Santiago del Estero y Sánchez, distantes
unas treinta cuadras un lugar del otro.
Alrededor de las 11
hs del día siguiente culminó la tarea de recoger los despojos, los que fueron
trasladados a la Morgue Judicial de Avellaneda.
Sábado 22 de marzo de 1975
Irma Santa Cruz, luego de
constatar que su familia se hallaba bien se dirigió, acompañada por Sibara a la
casa de Hugo Sandoval, concejal de la Juventud Peronista para avisarle del
hecho y pedirle que se protegiera.
Días antes, la esposa y la
hija de Sandoval se habían refugiado en la casa paterna del concejal.
Aproximadamente a las tres de la madrugada, en el auto de Sibara, junto a Irma
viajaba Sandoval, lo llevaban hasta el barrio Los Generales. Antes de partir,
Sandoval había tomado recaudos, llevaba un “fierro gande” y ya fuera del auto
caminaba rumbo al lugar donde vivía Dolinsky. Le iba a dar la mala noticia y
compartir con el tercer concejal de la Juventud Peronista la angustia que
tenía. Los dos emprendieron camino hacia Villa Albertina para encontrarse con
Celso Viola, Secretario del bloque de la JP, pero en el trayecto, un patrullero
los persiguió. Apresuraron el paso por el barrio Itatí, sin resultados, porque
los policías los levantaron a los golpes, cerca del arroyo y los introdujeron
en el patrullero. Los llevaron hasta el Pozo de Banfield a fuerza de culatazos
y patadas.
La golpiza recrudeció cuando
les encontraron los fierros. No hubo credencial de funcionario público que los
protegiera. En el Pozo de Banfield pidieron hablar con el comisario Alí.
Finalmente consiguieron ser liberados. Retomaron el camino emprendido en
búsqueda de Celso Viola. Una vez reunidos los tres fueron a la casa de un
pollero, amigo de Celso, que vivía colindando con la plaza de Santa Marta. Él
los trasladó en su camioneta hasta el siguiente destino, el barrio San José. Ya
de madrugada llegaron Sandoval y Dolinsky. El primero observaba impávido la
destrucción y muerte en el departamento de Lencina. En el bar contiguo encontró
a Gloria Benítez y a su bebé. Ella estaba lívida, impávida, totalmente
bloqueada. La llevó a su casa y durante una semana su esposa la cuidó. En
cambio Dolinsky se acercó hasta las calles Sánchez y Santiago del Estero.
Irma y Sibara, luego de dejar
a Sandoval en el barrio Los Generales se dirigieron a la casa de González
Lozano, presidente del Concejo Deliberante. Muy de madrugada regresaron a la
casa de Irma. La esposa de un concejal le hizo compañía el resto de la noche.
Ya amanecía cuando Irma fue al descampado donde dinamitaron los cuerpos. Había
policías por todos lados, en las esquinas. Vinieron los periodistas a eso de
las 7 de la mañana. “Esto fue peor que la Masacre de Trelew “pensó para sus
adentros. Guardaba la esperanza de que Flores estuviera vivo, que hubiera
podido escapar, pero lo reconoció enseguida, estaba boca abajo, tapado por un
diario, era el único más o menos intacto.
También, Francisco Maríncola,
ex-concejal del FREJULI junto con González Lozano llegaron hasta el baldío, con
dudas más que con certezas, porque hasta ese momento sólo circulaba el rumor de
que podían ser los jóvenes de la J.P. que la noche anterior habían sido
secuestrados en varios autos.
Lamentablemente se
encontraron con un cuadro dantesco del cual les costó desprenderse por muchos
años, porque era algo horroroso, que no se entendía, que superaba toda
realidad. Algo así como querer destruir más allá de la muerte. Un odio
homicida, irracional que no se comprendía.
Todo el perímetro se
encontraba vallado por la policía. Aquello era una montaña de restos humanos,
pedazos de ropa desperdigados. Maríncola les decía a González Lozano y a
Dolinsky que no se apresuraran en emitir conjeturas, aunque intuía que se
trataba de Lencina, y el resto de los compañeros, porque entre esos pedazos de
tela vio uno marrón, con dibujos oscuros, muy parecido al pantalón que solía
llevar Lencina. Aproximadamente a 20 mts de donde se encontraba Maríncola había
un bulto cubierto con diarios. Tuvo la mala idea de aproximarse y quitar los
diarios. Hizo un gran esfuerzo para resistir tanto horror. Se trataba de
Flores, había quedado un poco más entero que el resto, pero de la boca hasta
las piernas estaba abierto. Comenzó a tambalearse, casi se cae. Flores era un
pibe jovencito, ojitos claros y verlo allí lo paralizó. Benítez era un buen
muchacho que luchaba por el barrio, los hermanos Díaz, unos chicos que
militaban con Coca.
Maríncola le dijo a González
Lozano. “Son ellos porque reconocí a Flores y también el pantalón de Lencina”
Se sentían destruidos, todos
querían a Lencina, pero César Dolinsky estaba peor, porque Lencina era su
compañero de la J.P. Fue un hecho gravísimo que antecedió al golpe militar, fue
su antesala.
Los días sábados por la
mañana, como de costumbre, solían reunirse algunos concejales afines, en el
despacho del intendente Duhalde. Entre ellos, González Lozano, Infantino.
Tomaban mate y charlaban sobre algunos temas municipales. Esa mañana, Infantino
subía las escaleras rumbo al despacho de Duhalde cuando vio bajar a González
Lozano, consternado, llorando, entonces se enteró de lo sucedido.
Esa madrugada, también uno de
los Díaz se acercó hasta el descampado de Sánchez y Santiago del Estero,
algunos les decían que no fuera. La verdad es que los recuerdos le llegaban muy
borrosos, había pasado toda la noche en vela. Los restos de sus hermanos,
amigos y vecinos habían sido llevados a la morgue y devueltos el día sábado a
las cuatro o cinco de la tarde. La familia Díaz veló a Alfredo y Eduardo en la
propia casa, sobre la calle Monteros y el padre Bernardo hizo un responso.
Al día siguiente, el padre
Bernardo acompañó al mayor de los Díaz hasta la clínica donde se hallaba
internada la madre de los hermanos Díaz, para darle la noticia, la habían
operado el jueves anterior. La señora Díaz nunca pudo recuperarse de la pérdida
de sus hijos, se abandonó, avanzó su diabetes y su ceguera, falleció a los dos
años, no logró resistir la ausencia.
El mayor de los hermanos
Díaz, nunca pudo comentar lo que le había ocurrido, siente que lo destrozaron
moralmente y psicológicamente. Fue una forma de matarlo. Desde marzo hasta
septiembre de ese año no pudo dormir más de dos horas, se despertaba
sobresaltado con espantosas pesadillas. Trataba de trabajar duramente para que
le ganara el cansancio y así poder dormir. A lo largo de su vida pasó por
muchas situaciones dolorosas, pero nunca como lo ocurrido aquel 21 de marzo de
1975.
La abuela y las tías paternas
de Poly Flores se encargaron de reconocer el cuerpo de Héctor Flores, lo velaron
en la casa de la abuela, en el barrio Los Pinos de LLavallol. La mamá de Poly,
Dora Núñez, no pudo asistir, no la dejaron entrar, pero sí lo hizo otra señora
con quien Héctor Flores tuvo una hija en el año 1974. A ella la presentaron
como la esposa era amiga de una de las hermanas de Héctor Flores. En cambio los
cuatro hijos de Flores y su madre fueron negados y relegados.
Primero, uno de los hermanos
de Lencina se acercó hasta el baldío de Sánchez y Santiago del Estero. Con
posterioridad, otra hermana de Héctor, apodada Susy junto a su esposo Cacho
fueron hasta la morgue de Avellaneda para reconocer el cuerpo.
Ya estaba clareando el día
cuando el padre de Rubén Maguna acudió al descampado de Santiago del Estero y
Sánchez. Esa tarde. Casi de noche fue a buscar los restos de su hijo a la
Morgue de Avellaneda. Allí se encontró con el resto de los familiares de las
víctimas. Todos ellos fueron maltratados por parte de las autoridades de la
morgue, los obligaron a pararse contra la pared en una actitud intimidatoria.
Los familiares de Rubén decidieron enterrarlo en el cementerio de Avellaneda.
Actualmente sus cenizas las conservan las hermanas.
Domingo 23 de marzo de 1975
Los restos del Concejal
Lencina fueron entregados el sábado 22 de marzo. Tuvieron que enfrentarse al
gobernador Calabró para que les restituyeran los cuerpos. Esa noche del día
sábado, Héctor fue velado en el Salón de los Pasos Perdidos del Concejo
Deliberante y conducido al Cementerio de Lomas, poco antes del mediodía del
domingo. Se habían tomado rígidas medidas de seguridad. En el cementerio hizo
uso de la palabra un representante de la Juventud Peronista y seguidamente,
González Lozano, Presidente del Concejo Deliberante.
Horas antes del entierro, la
esposa de Lencina, por una cuestión de seguridad se hallaba refugiada en la
casa de unos compañeros en Lanús. Gente del Partido Intransigente y Comunista
hicieron la custodia de Coca, porque la Juventud Peronista era objeto de
persecución y vigilancia por parte de los servicios. Tito Garcia (Concejal del
Partido Intransigente en la APR) y Ramón Morán (Concejal del Partido Comunista
en la APR) se responsabilizaron de trasladarla hasta el Concejo Deliberante,
donde velaban los restos de Lencina, los acompañaban otros militantes de la Alianza
Popular Revolucionaria. Un kilómetro antes de llegar a la casa de Lanús, se
quedaron sin nafta. Íban en dos autos y uno de ellos, sin combustible dejó de
funcionar, por lo tanto comenzaron a empujar. Al hacerlo, a un grandote que los
acompañaba se le cayó el revólver. La gente que lo vio, salió corriendo.
Quedaron solos. Llegaron a la casa donde estaba Coca, la subieron al auto y la
sentaron entre Tito García y Ramón Morán. Coca llevaba un pañuelo en la cabeza
y anteojos negros.
La esposa de Lencina hubiera
querido que Héctor fuera velado en la capilla del barrio San José. Aquella
capilla del padre Gerardo que funcionaba en un tranvía, pero el Dr Alende
(Alianza Popular Revolucionaria) la hizo reflexionar, le dijo: “A vos te están
buscando. No hagas que saquemos el cuerpo de Héctor de acá para llevarlo al
barrio San José, porque se va a armar otra masacre”. Del mismo modo, Sandoval,
Dolinsky, Celso Viola y Clarita de la J.P. coincidían en señalar la
peligrosidad de trasladar los restos de Lencina al barrio San José.
Ya, en la Municipalidad de
Lomas de Zamora, Coca, García y Morán ingresaron al hall del Concejo
Deliberante, donde se hallaba el cajón con los restos de Héctor. Había policías
por todos lados. Entonces el comisario lo llamó a Morán y le dijo:” ¿Qué me
hizo?”
Le respondió que cumplía con
un acto humanitario, que sólo era una actitud personal y así se lo habían
pedido
No hubo incidentes.
Inmediatamente, después del entierro llevaron a Coca hasta el Parque de Lomas
en el coche de Tito García (Partido Intransigente). La hicieron bajar y cambiar
de auto.
En un Fiat rojo de Rodolfo
Barbeito (Democracia cristiana en la APR) la trasladaron hasta Morón, a la casa
de Susy y Cacho, sus cuñados. Alejandro, su hijo la acompañaba. Tenía 3 o 4
años y preguntaba por su padre. Coca trató de explicarle que estaba en el
cielo, pero Alejandro la desmintió con el convencimiento de que su padre se
había ido a trabajar para construir una nueva casa, ya que la gente mala había
destruido la de ellos. Alejandro lloraba y Coca con él.
Durante la dictadura militar,
los restos de Héctor Lencina fueron robados y enterrados como NN en una fosa
común. Recién en el año 1984, la mamá de Héctor se enteró, juntamente con los
compañeros y el resto de los familiares de Lencina. Procedieron a investigar y
dieron con un compañero que trabajaba en el cementerio quien tuvo la precaución
de pintar el féretro para distinguirlo.
Todos los 21 de marzo, en el
cementerio de Lomas se recuerda a las víctimas de la Masacre de Pasco y a los
más de cuatrocientos compañeros caídos de Lomas y Alte Brown.
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