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lunes, 2 de noviembre de 2020

HISTORIAS MINIMAS DE AMOR Y FANTASMAS

 

Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

 


El caso de Aurelia Irurzún

La que todavía espera …

 

Tan bonita ella, que dolía de solo verla. Acompañaba el siglo con precisión, ya que para 1926 tenía 26 prometedores años....

Era bella, muy bella, pero no con esa belleza vana y fría que desinteresa a las almas sensibles, sino que Aurelia era casi angelical. No solo agradable y atenta, sino que trataba a las personas cortésmente y, en su profesión de costurera (labor enseñada con amor por su propia madre) podía hablar con sus clientes de temas variados e interesantes, que no solo pasaran por las vicisitudes del hilo, la aguja y el pespunte.....

Vestía elegantemente, dada la habilidad de sus manos que tiza y papel manteca mediante, delineaban los mejores moldes, que volvían locas a las damas de alta alcurnia....

Propósito de ello, tenía un muy buen pasar económico ya que trabajo no le faltaba, era organizada, ahorradora y a la casa que sus amorosos padres (fallecidos en un accidente a sus 19) le habían dejado en Barracas, sobre Iriarte al 1700, no le faltaba nada....

Pretendientes? a montones.....Aguiluchos? a millones!!

Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

Pero la bella Aurelia no daba su amor a cualquiera.

Pretendía del futuro padre de sus hijos, a saber: belleza, fortuna, una profesión formal y (claro) una fidelidad absoluta.

Rechazaba? a manos llenas: clientes, hijos de clientes, amigos, conocidos, proveedores y algún que otro primo que tampoco dudó en "echarle los galgos", siendo claramente rebotado.

Ninguno de todos los antedichos cumplía con las cuatro premisas por ella señaladas. Ojo, no es que si tenían dinero ya estaba. Podían ser millonarios, profesionales y jurarle fidelidad eterna que, si no eran bellos, no les permitía ni largar en la carrera. Ni una miradita.

Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

Tales eran las pretensiones de la pretenciosa Aurelia a la que motivos ni atributos le faltaban para pretender lo que quisiera pretender.

Y hubiera sido justo, tanto tenía Aurelia para dar....

Iba a misa a Santa Lucia, y no entendía como a Santa Felicitas no se podía ingresar, siendo una iglesia tan hermosa. Aunque, a fuerza de preguntar, supo del infortunio de esos pobres padres con su hija Felicitas, y los justificaba.

Y a esto vamos cuando les cuento que la buena y bella aunque algo pretenciosa Aurelia tuvo su instante fatal al cruzarse con otro Ocampo (si, Ocampo).

Que encima a la sazón, este León Ocampo había sido sobrino del asesino (no confeso?) de Felicitas, y primo segundo de la escritora.

León llegó al atelier de Aurelia, por recomendación de un Álzaga (si, otro guiño de la historia, que se le va a hacer), para hacerse un sacón de invierno a medida, con lana de sus propias ovejas (que las poseía, y a miles).

Una vez franqueado el paso de Iriarte 1747, fue ver a Aurelia y quedar hipnotizado.

Aurelia lo vio y (antes de pestañear por segunda vez) ya sabía que iba a ser el hombre de su vida...

Lo paró frente al espejo, erguido como era ese hombre, y se demoró adrede en tomarle decenas de medidas inútiles, ya que solo necesitaba tres o tal vez cuatro. Necesitaba verlo, escuchar su respiración, tocarlo....era ese hombre real?

Algo más de un metro ochenta y cinco, espaldas anchas, cabello negro azabache, ojos azules, mandíbula cuadrada, tupido bigote imperial y una sonrisa.....una sonrisa que derretía a Aurelia, ya que cada vez que pasaba por su frente tomando (a estas alturas ya sabemos) inútiles medidas, León le dejaba ver una sonrisa de dientes blancos como la espuma, que la dejaban medio atontada.

Hermoso ejemplar de varón, viudo, dueño y heredero de tierras en Pergamino, Doctor en Leyes con estudio propio y que con la madurez de sus 42 muy bien llevados años lograba armar el combo perfecto que la bella y talentosa (y pretenciosa) Aurelia......pretendía.

Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

Una cosa llevó a la otra, dos o tres cenas románticas, velas, muchas anécdotas y más risas, flores y bombones, terminaron de afianzar los sentimientos que la bella costurera tenía para con tan atento varón.....

Tan entusiasmada ella, que apenas terminaba sus diarias tareas, allí por las 3 de la tarde, se deslizaba dentro de su bañera llena de agua tibia, con pétalos y fragancias, se secaba con su toallón de lana Shetland, otra vez perfumes, sus mejores vestidos según la ocasión y distintos artilugios que históricamente las damas "saben" utilizar para agradar a un caballero.

Siempre entre las 4 y no más allá de las 5, se sentaba Aurelia en una banqueta de pana roja ubicada contra la pared del hall de entrada a su casa, a dos metros de la entrada de calle.

Y ahí esperaba a su amado caballero, sentada, esperando, leyendo, esperando, tejiendo, esperando, tomando un té, esperando, y esperaba y esperaba, mientras suspiraba expectante, ansiosa y enamorada, hasta que su caballero la pasara a buscar por Iriarte 1747, barrio de Barracas.

A las 7 de la tarde, como dulce rutina, sabia Aurelia que su caballero la pasaría a buscar para llevarla a cenar, a reír y a disfrutar de sus anécdotas.

No su caballero de armadura y caballo, claro, pero sí de imponente levitón y flamante Ford T, como un Ocampo mandaba....

"La Señora de Ocampo", soñaba y soñaba que la llamaban y que ella (luminosa) con una leve inclinación de su cabeza, asentía.....

A ese hombre y no a otro, por fin, entregaría su más preciado tesoro. Aquello que mamá Angélica le había enseñado a no malgastar en cualquiera que le alabara su sonrisa, su cabello o sus ojos, para no dejarle nada....ella ya lo sabía.

Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

Por ello todos los días, aquellas dos o tres horas de espera en la banqueta de pana roja, estaban más que justificadas...

Un año pasó. Mil cuatrocientas sesenta horas de espera también justificada....

Pero León Ocampo, esa tarde, vino raro. Dejó de lado toda pompa, toda delicadeza, toda sonrisa, todo ademán y toda mirada romántica.

Ingresó a Iriarte 1747, barrio de Barracas, y, una vez franqueado, se abalanzó sobre la sorprendida Aurelia buscando caricias, abrazos y unos cuantos besos. Aurelia, tal vez, sorprendida pero también una mujer hermosa, pasional y ansiosa, no tardó en corresponder....

Esa noche, se cumplieron todos sus deseos. En brazos y labios de ese hombre, se dejó llevar en su mente por los verdes campos de Pergamino, por las mansiones de los Ocampo, por los lugares de Paris que siempre soñó conocer, que no eran sueños de costurera, sino de la Ocampo que iba a ser....

A ese hombre afortunado, a ese Ocampo y no a otro, entregó esa noche su más preciado tesoro, aquel que le juro a su mamá Angelica siempre iba a cuidar, proteger y resguardar solo para su caballero de brioso corcel y plateada armadura.

Se despidieron en el dintel de la puerta, como se despiden dos que se saben parte de una misma historia, dos estrellas del mismo cielo.....

A la tarde siguiente, el 2 de Noviembre de 1927, cortó (como todos los dias) Aurelia su laboriosa actividad a las 3 de la tarde.

Preparó todo su ser para recibir a su amado.

Y luego del agua tibia, de los pétalos y fragancias, del toallón de lana Shetland, de sus perfumes y su mejor vestido, se sentó a esperar a su amado sobre la banqueta de pana roja ubicada contra la pared del hall de entrada a su casa, a solo dos metros de la entrada de calle.

Y ahí esperaba a su amado, que pasaría a las 7 de la tarde, para cenar. O tener la dicha de otra sesión de besos y pasiones, tal vez...

Pero León Ocampo no pasó.

Lo esperó sentada hasta la medianoche. Nunca llegó.

Al otro día a la mañana, lo esperó. Sentada. León nunca apareció. A la tarde también, sentada, hasta la medianoche.

León no apareció más. Nunca más.

Y siguió y siguió sentada contra la pared del hall de entrada a su casa, a dos metros de la puerta de calle.

Y ahí seguía esperando a su amado caballero, paciente y sentada

Ella retomó al mes, todos sus quehaceres profesionales y sus obligaciones.

Pero todos los dias, a las 3 de la tarde, se sentaba en la dichosa banqueta de pana roja. A esperar, claro. Ya no a un hombre, tal vez a sus sueños.

Un día leyó en la página de sociales de La Nación, que León Ocampo se casaba, muy feliz y enamorado.

Y un día que a las 3 de la tarde se sentó (igualmente) a esperar paciente en la banqueta roja, decidió ya nunca levantarse, más allá, claro, de sus mas que humanas necesidades.

Dormía sentada. Ya no trabajaba más. Sus clientes le golpeaban la puerta, solicitando arreglos y pedidos y ella, a solo dos metros, les gritaba que no insistieran, que no iba a trabajar más.

Un día dejó de comer (aunque seguía bebiendo té). Y al poquito tiempo dejó de tomar también ese líquido, vital.

Sentada en la banqueta roja, una madrugada vio Aurelia (pasmada) como su propio cuerpo se desplomaba a sus pies.

Pudo ver una marioneta rota, flaca casi huesuda, con los ojos hundidos y el rostro transformado por una mueca seca de tristeza. Sin embargo, aún olía a jazmines

Pudo ver como hormigas primero, moscas después y gusanos de todo tipo luego, devoraban minuto a minuto esas gastadas carnes que habían sido rozagantes, perfumadas y (sobre todo) deseadas....

Con horror primero. Con indiferencia después.

Ella tenía solo un objetivo: esperar a su caballero de brioso corcel y plateada armadura.

Y así lo hizo.

La policía ingresó a su domicilio y se entretuvo un poco con el ida y vuelta de fiscales y jueces.

Cuando unos enfermeros (o vaya a saber qué eran) se llevaron el cuerpo a sus pies, su propio cuerpo y lo metieron dentro de una camioneta, tal vez se inquietó un poco. No más que eso.

Después, se quedó (otra vez) sola.

Vio como su casa se llenaba de moho, polvo y telarañas. Pudo apreciar como las paredes impolutamente pintadas se iban descascarando.

De repente, tres personas abrieron la puerta. Pudo ver por la rendija de esa puerta que otros eran los autos que circulaban y que, enfrente, habían levantado una casa de altos, incluso con torre.

Estas personas vestían extraño, pero se acostumbró a ellas. Las veía todos los dias.

Desde su banqueta roja vio a la feliz pareja avejentarse, al niño crecer, recibirse, traer a su prometida, casarse. Y al poco tiempo vio a dos bebes gateando por la casa. Y al tiempo (extraño hablar de tiempo) el matrimonio de ancianos falleció, primero él, luego ella.

Los bebés gateaban. Y cada vez que pasaban delante de ella, la señalaban. Y le sonreían. Eso le encantaba.

Y los vió crecer, y vivir y casarse y tener a sus propios bebés, que la seguían viendo, señalando y sonriendo......

Hoy día, los actuales habitantes de Iriarte 1747 saben con certeza que en esa banqueta roja que ya estaba de tiempos en que sus bisabuelos compraron la casa, habita un ángel dulce, simpático y amoroso con los niños, que a su manera, cuida a toda su familia.

Muchos fantasmas de Buenos Aires tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....

La bella (y ya no pretenciosa) Aurelia Irurzun sigue esperando todavía hoy que (alguna vez) llegue su amor, aquel del caballero de

brioso corcel y plateada armadura.

Si llegaron hasta aquí, Aurelia tiene (todavía) una esperanza.....

 

Por: Flavio Rodríguez