CUANDO EL " SÁTIRO DE LA CARCAJADA" ASOLABA LAS NOCHES DE JOSÉ MÁRMOL
Por: Juan José Alarcón
“A veces no todo es lo que parece, sino que es mucho
mas…” La congelada noche del 14 de julio de 1959, se hacia notar en los
centenarios adoquines de la calle Thorne, el paso cansado y delator de Matilde,
que iba esquivando una molesta llovizna que atacaba su bolsa de trapos, ropa
sucia y algo para planchar que su patrona le había encomendado.
Ya pasadas las
21 horas la antigua estación de José Mármol era la nada misma, pronto la
neblina, esa lúgubre e inesperada cortina que lo cubre todo se haría presente,
incomodando mas a la humilde Matilde que intentaba como todos los miércoles,
regresar a su modesta casilla en los bajos de Martin Arín.
Noches bravas la de
este invierno, comentaban los parroquianos, no pasaba un alma, para colmo de
males, la anciana que vendía maníes en la entrada del túnel, hoy no vino, desde
hace unos días se notaba su ausencia, esa tos endemoniada la tenia mal a la
pobre viejita, nadie quería pensar mal pero ya rondaba los 80.
Cobró valor
Matilde y encaro el túnel bajo nivel, no tenía otra chance, oscuro, con apenas
tres pequeñas luces mortecinas, amarillentas y con amenaza de muerte en cada
titileo, que apenas iluminaban el centro del frío pasaje subterráneo, era el
último tramo para alcanzar la parada del 21, un destartalado y único medio de
transporte que tenía la mujer.
Al bajar los primeros escalones, un ruido a
máquina, la hizo tropezar, se asustó, rodó hasta el descanso y con ella la bolsa
de encargos, apenas se veía el suelo, como pudo intentó juntar lo que su patrona
le había encomendado. Sola y temerosa apenas podía moverse, la causa del susto
no fue otra que la llegada del tren de las 21,05 que se dirigía a Plaza.
Nadie
bajó en José Mármol, absolutamente nadie, el vapor y la neblina desfiguraban los
vagones que lentamente dejaba en soledad del andén.
Los quejidos de la
infortunada se hicieron escuchar y Don Ángel el jefe de estación, bajo a
socorrerla: - “¿Pero que anda haciendo a esta hora señora?, déjeme que la
ayude”, casi rogándole le espetaba el jefe. La quedo mirando hasta que paso la
mitad del túnel y luego se perdió donde la luz no llegaba. Matilde pasó la mitad
del tenebroso pasaje como rezando un padre nuestro, se apuró a subir por el
miedo, propio de una mujer sola en la noche. También por no perder el colectivo
que seguramente era el último de su recorrido.
Ya vislumbraba los últimos
escalones, la luz del farol de la calle Mitre pegaba latigazos al guardacanto de
los peldaños y los hacia destellar, hasta que de pronto, la imagen oscura de un
hombre parado al final de la escalera, detuvo el tiempo con una desgarradora
carcajada.
El 21 se detuvo unos instantes, algo que solían hacer los antiguos
choferes, esperar al pasaje, la llovizna cada vez mas intensa, la bruma molesta
y el ensordecedor ruido del Mercedes se conjugaban para blindar cualquier ruido
sospechoso.
Apurado por dos insistentes hombres que estaban en el fondo del
rodado, el chofer decidió partir, sin Matilde.
Le llamó la atención. La crónica
policial del diario “La Opinión” de aquella época, comentaba sobre la
desaparición de una persona, escuetamente redactada, fundada en los comentarios
de la gente y en el último testigo que vio a la mujer esa noche en la estación
de José Mármol.
Muchos sabían quién era Matilde, sobre todo la familia que la
contrataba, pero por esas cosas de entonces, mejor de eso no se habla, el
silencio del caso domino la escena pueblerina creando mitos y miedos colectivos.
Y como suele suceder la imaginación hizo lo suyo, por años la imagen de un
hombre de negro rondando las calles oscuras del viejo Mármol, eran cuasi reales
al punto de ver a los hombres acompañando a sus mujeres, chicos y ancianas por
temor a que el ya famoso “Sátiro de la carcajada” las atrape.
EL TIEMPO PASÓ
Entrados los años 60 y con el mito a cuestas un poco desteñido, sorprende una
nueva crónica policial del mencionado diario, cuando anuncia que la noche del 20
de junio de 1961 un rondín, pudo atrapar al sátiro cuando tenia a maltraer entre
su piloto negro a una anciana de nombre Gregoria Molina , en el mismo lugar
donde se la vio a Matilde aquella macabra noche del invierno de 1959.
La señora
Molina venia de visitar a un familiar sobre la calle Dorrego y se dirigía a
abordar el tren rumbo a Lomas de Zamora.
La policía, luego de dominarlo con unos
buenos palos y ya en el suelo, el sujeto quedo inmovilizado, al esposarlo,
comenzó a emitir sonidos guturales similares a una carcajada macabra.
Fue
remitido a la comisaría de Esteban Adrogué de manera inmediata. El degenerado
como lo tildaban en el diario, no paraba de gritar dentro de la Estanciera beige
de la policía, lo que acentuaba de manera segura el informe.
EL REGRESO
Con los
años se supo que se trataba de un hombre enfermo que vivía encerrado en una
casona sobre la calle Bynnon cerca de Grandville.
Lo mantenían desnudo para que
no se escape. Al morir sus progenitores el sujeto se las arreglaba para trepar
la reja y asustar a las mujeres, por razones de respeto a sus familiares que aun
viven, obviamos el nombre.
El famoso “sátiro de la carcajada”, paso sus días de
insania en un conocido neuropsiquiátrico de la Capital Federal.
Las enfermeras
lo recordaban andando de noche con un sobretodo oscuro, entretenido en un
soliloquio perpetuo, pero que ya no asustaba a nadie.
MATILDE EL ENIGMA
Pero
¿Qué pasó con Matilde?, ¿Cual fue la suerte de esa mujer que apenas sabemos su
nombre? Según contó muchos años después una vecina de la patrona de Matilde, la
empleada domestica se llevó tal susto que no regresó mas a trabajar.
Una mañana
le llevó el último encargo a la señora y le confesó que tenía ganas de volverse
a su provincia.
Lo que vio esa noche no se lo olvidaría jamás. ...
LOS AÑOS 70
Ya
entrados los años setenta, la gente aprendió a convivir con el mito resuelto,
hundida en otros temas que angustiaban la nación.
Que ande un tipo asustando
mujeres por las calles era algo menor a lo que ocurría, los terroristas y la
economía frágil asustaba mucho más.
Esa extensa tregua vio su final, cuando tres
casos de ultraje femenino se dieron en los primeros meses de 1973, también cerca
de la estación de trenes, las victimas señalaban al unísono a un hombre solo
cubierto por un sobretodo, una de ellas describió a la policía que mientras era
vejada el sujeto se reía a carcajadas.
Se supo que 1972 el Hospital
Neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda, fue víctima de una fuga masiva de
alienados mentales a causa de un incendio. La pronta intervención de la Policía
Federal permitió rescatar a la mayoría de los internos… Pero al parecer, no a
todos.