Muchos tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos
de vez en cuando y nada más.....
El caso de Aurelia Irurzún
La que todavía espera …
Tan bonita ella, que dolía de solo verla. Acompañaba
el siglo con precisión, ya que para 1926 tenía 26 prometedores años....
Era bella, muy bella, pero no
con esa belleza vana y fría que desinteresa a las almas sensibles, sino que
Aurelia era casi angelical. No solo agradable y atenta, sino que trataba a las
personas cortésmente y, en su profesión de costurera (labor enseñada con amor
por su propia madre) podía hablar con sus clientes de temas variados e
interesantes, que no solo pasaran por las vicisitudes del hilo, la aguja y el
pespunte.....
Vestía elegantemente, dada la
habilidad de sus manos que tiza y papel manteca mediante, delineaban los
mejores moldes, que volvían locas a las damas de alta alcurnia....
Propósito de ello, tenía un
muy buen pasar económico ya que trabajo no le faltaba, era organizada,
ahorradora y a la casa que sus amorosos padres (fallecidos en un accidente a
sus 19) le habían dejado en Barracas, sobre Iriarte al 1700, no le faltaba nada....
Pretendientes? a
montones.....Aguiluchos? a millones!!
Muchos tienen nombre, no es
que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....
Pero la bella Aurelia no daba
su amor a cualquiera.
Pretendía del futuro padre de
sus hijos, a saber: belleza, fortuna, una profesión formal y (claro) una
fidelidad absoluta.
Rechazaba? a manos llenas:
clientes, hijos de clientes, amigos, conocidos, proveedores y algún que otro
primo que tampoco dudó en "echarle los galgos", siendo claramente
rebotado.
Ninguno de todos los
antedichos cumplía con las cuatro premisas por ella señaladas. Ojo, no es que
si tenían dinero ya estaba. Podían ser millonarios, profesionales y jurarle
fidelidad eterna que, si no eran bellos, no les permitía ni largar en la
carrera. Ni una miradita.
Muchos tienen nombre, no es
que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....
Tales eran las pretensiones
de la pretenciosa Aurelia a la que motivos ni atributos le faltaban para
pretender lo que quisiera pretender.
Y hubiera sido justo, tanto
tenía Aurelia para dar....
Iba a misa a Santa Lucia, y
no entendía como a Santa Felicitas no se podía ingresar, siendo una iglesia tan
hermosa. Aunque, a fuerza de preguntar, supo del infortunio de esos pobres
padres con su hija Felicitas, y los justificaba.
Y a esto vamos cuando les
cuento que la buena y bella aunque algo pretenciosa Aurelia tuvo su instante
fatal al cruzarse con otro Ocampo (si, Ocampo).
Que encima a la sazón, este
León Ocampo había sido sobrino del asesino (no confeso?) de Felicitas, y primo
segundo de la escritora.
León llegó al atelier de
Aurelia, por recomendación de un Álzaga (si, otro guiño de la historia, que se
le va a hacer), para hacerse un sacón de invierno a medida, con lana de sus
propias ovejas (que las poseía, y a miles).
Una vez franqueado el paso de
Iriarte 1747, fue ver a Aurelia y quedar hipnotizado.
Aurelia lo vio y (antes de
pestañear por segunda vez) ya sabía que iba a ser el hombre de su vida...
Lo paró frente al espejo,
erguido como era ese hombre, y se demoró adrede en tomarle decenas de medidas
inútiles, ya que solo necesitaba tres o tal vez cuatro. Necesitaba verlo,
escuchar su respiración, tocarlo....era ese hombre real?
Algo más de un metro ochenta
y cinco, espaldas anchas, cabello negro azabache, ojos azules, mandíbula
cuadrada, tupido bigote imperial y una sonrisa.....una sonrisa que derretía a
Aurelia, ya que cada vez que pasaba por su frente tomando (a estas alturas ya
sabemos) inútiles medidas, León le dejaba ver una sonrisa de dientes blancos
como la espuma, que la dejaban medio atontada.
Hermoso ejemplar de varón,
viudo, dueño y heredero de tierras en Pergamino, Doctor en Leyes con estudio
propio y que con la madurez de sus 42 muy bien llevados años lograba armar el
combo perfecto que la bella y talentosa (y pretenciosa) Aurelia......pretendía.
Muchos tienen nombre, no es
que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....
Una cosa llevó a la otra, dos
o tres cenas románticas, velas, muchas anécdotas y más risas, flores y
bombones, terminaron de afianzar los sentimientos que la bella costurera tenía
para con tan atento varón.....
Tan entusiasmada ella, que
apenas terminaba sus diarias tareas, allí por las 3 de la tarde, se deslizaba
dentro de su bañera llena de agua tibia, con pétalos y fragancias, se secaba
con su toallón de lana Shetland, otra vez perfumes, sus mejores vestidos según
la ocasión y distintos artilugios que históricamente las damas
"saben" utilizar para agradar a un caballero.
Siempre entre las 4 y no más
allá de las 5, se sentaba Aurelia en una banqueta de pana roja ubicada contra
la pared del hall de entrada a su casa, a dos metros de la entrada de calle.
Y ahí esperaba a su amado
caballero, sentada, esperando, leyendo, esperando, tejiendo, esperando, tomando
un té, esperando, y esperaba y esperaba, mientras suspiraba expectante, ansiosa
y enamorada, hasta que su caballero la pasara a buscar por Iriarte 1747, barrio
de Barracas.
A las 7 de la tarde, como dulce
rutina, sabia Aurelia que su caballero la pasaría a buscar para llevarla a
cenar, a reír y a disfrutar de sus anécdotas.
No su caballero de armadura y
caballo, claro, pero sí de imponente levitón y flamante Ford T, como un Ocampo
mandaba....
"La Señora de
Ocampo", soñaba y soñaba que la llamaban y que ella (luminosa) con una
leve inclinación de su cabeza, asentía.....
A ese hombre y no a otro, por
fin, entregaría su más preciado tesoro. Aquello que mamá Angélica le había
enseñado a no malgastar en cualquiera que le alabara su sonrisa, su cabello o
sus ojos, para no dejarle nada....ella ya lo sabía.
Muchos tienen nombre, no es
que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada más.....
Por ello todos los días,
aquellas dos o tres horas de espera en la banqueta de pana roja, estaban más
que justificadas...
Un año pasó. Mil
cuatrocientas sesenta horas de espera también justificada....
Pero León Ocampo, esa tarde,
vino raro. Dejó de lado toda pompa, toda delicadeza, toda sonrisa, todo ademán
y toda mirada romántica.
Ingresó a Iriarte 1747,
barrio de Barracas, y, una vez franqueado, se abalanzó sobre la sorprendida
Aurelia buscando caricias, abrazos y unos cuantos besos. Aurelia, tal vez, sorprendida
pero también una mujer hermosa, pasional y ansiosa, no tardó en
corresponder....
Esa noche, se cumplieron
todos sus deseos. En brazos y labios de ese hombre, se dejó llevar en su mente
por los verdes campos de Pergamino, por las mansiones de los Ocampo, por los
lugares de Paris que siempre soñó conocer, que no eran sueños de costurera,
sino de la Ocampo que iba a ser....
A ese hombre afortunado, a
ese Ocampo y no a otro, entregó esa noche su más preciado tesoro, aquel que le
juro a su mamá Angelica siempre iba a cuidar, proteger y resguardar solo para
su caballero de brioso corcel y plateada armadura.
Se despidieron en el dintel
de la puerta, como se despiden dos que se saben parte de una misma historia,
dos estrellas del mismo cielo.....
A la tarde siguiente, el 2 de
Noviembre de 1927, cortó (como todos los dias) Aurelia su laboriosa actividad a
las 3 de la tarde.
Preparó todo su ser para
recibir a su amado.
Y luego del agua tibia, de
los pétalos y fragancias, del toallón de lana Shetland, de sus perfumes y su
mejor vestido, se sentó a esperar a su amado sobre la banqueta de pana roja
ubicada contra la pared del hall de entrada a su casa, a solo dos metros de la
entrada de calle.
Y ahí esperaba a su amado,
que pasaría a las 7 de la tarde, para cenar. O tener la dicha de otra sesión de
besos y pasiones, tal vez...
Pero León Ocampo no pasó.
Lo esperó sentada hasta la
medianoche. Nunca llegó.
Al otro día a la mañana, lo
esperó. Sentada. León nunca apareció. A la tarde también, sentada, hasta la
medianoche.
León no apareció más. Nunca
más.
Y siguió y siguió sentada
contra la pared del hall de entrada a su casa, a dos metros de la puerta de
calle.
Y ahí seguía esperando a su
amado caballero, paciente y sentada
Ella retomó al mes, todos sus
quehaceres profesionales y sus obligaciones.
Pero todos los dias, a las 3
de la tarde, se sentaba en la dichosa banqueta de pana roja. A esperar, claro.
Ya no a un hombre, tal vez a sus sueños.
Un día leyó en la página de
sociales de La Nación, que León Ocampo se casaba, muy feliz y enamorado.
Y un día que a las 3 de la
tarde se sentó (igualmente) a esperar paciente en la banqueta roja, decidió ya
nunca levantarse, más allá, claro, de sus mas que humanas necesidades.
Dormía sentada. Ya no
trabajaba más. Sus clientes le golpeaban la puerta, solicitando arreglos y
pedidos y ella, a solo dos metros, les gritaba que no insistieran, que no iba a
trabajar más.
Un día dejó de comer (aunque
seguía bebiendo té). Y al poquito tiempo dejó de tomar también ese líquido,
vital.
Sentada en la banqueta roja,
una madrugada vio Aurelia (pasmada) como su propio cuerpo se desplomaba a sus
pies.
Pudo ver una marioneta rota,
flaca casi huesuda, con los ojos hundidos y el rostro transformado por una
mueca seca de tristeza. Sin embargo, aún olía a jazmines
Pudo ver como hormigas
primero, moscas después y gusanos de todo tipo luego, devoraban minuto a minuto
esas gastadas carnes que habían sido rozagantes, perfumadas y (sobre todo)
deseadas....
Con horror primero. Con
indiferencia después.
Ella tenía solo un objetivo:
esperar a su caballero de brioso corcel y plateada armadura.
Y así lo hizo.
La policía ingresó a su domicilio y se entretuvo un poco con el ida y vuelta de
fiscales y jueces.
Cuando unos enfermeros (o
vaya a saber qué eran) se llevaron el cuerpo a sus pies, su propio cuerpo y lo
metieron dentro de una camioneta, tal vez se inquietó un poco. No más que eso.
Después, se quedó (otra vez)
sola.
Vio como su casa se llenaba
de moho, polvo y telarañas. Pudo apreciar como las paredes impolutamente
pintadas se iban descascarando.
De repente, tres personas
abrieron la puerta. Pudo ver por la rendija de esa puerta que otros eran los
autos que circulaban y que, enfrente, habían levantado una casa de altos,
incluso con torre.
Estas personas vestían
extraño, pero se acostumbró a ellas. Las veía todos los dias.
Desde su banqueta roja vio a
la feliz pareja avejentarse, al niño crecer, recibirse, traer a su prometida,
casarse. Y al poco tiempo vio a dos bebes gateando por la casa. Y al tiempo
(extraño hablar de tiempo) el matrimonio de ancianos falleció, primero él,
luego ella.
Los bebés gateaban. Y cada
vez que pasaban delante de ella, la señalaban. Y le sonreían. Eso le encantaba.
Y los vió crecer, y vivir y
casarse y tener a sus propios bebés, que la seguían viendo, señalando y
sonriendo......
Hoy día, los actuales
habitantes de Iriarte 1747 saben con certeza que en esa banqueta roja que ya
estaba de tiempos en que sus bisabuelos compraron la casa, habita un ángel
dulce, simpático y amoroso con los niños, que a su manera, cuida a toda su
familia.
Muchos fantasmas de Buenos
Aires tienen nombre, no es que escuchamos sobre ellos de vez en cuando y nada
más.....
La bella (y ya no
pretenciosa) Aurelia Irurzun sigue esperando todavía hoy que (alguna vez)
llegue su amor, aquel del caballero de
brioso corcel y plateada
armadura.
Si llegaron hasta aquí,
Aurelia tiene (todavía) una esperanza.....
Por: Flavio Rodríguez