de la presidenta
Luego de un llanto escalofriante a los 15 minutos baila sola con esotéricos movimientos
Martes 20 de marzo del 2012.
La seguridad de Presidencia llega a Tecnópolis. En un galpón del gigante predio
de Villa Martelli se realiza un encuentro sobre telecomunicaciones con
referentes de América Latina, empresas de las tecnologías de la comunicación y
cientos de funcionarios del Gobierno nacional contando sus experiencias en los
distintos debates y charlas.
En el primer día del
encuentro —que fue ampliamente promocionado durante las transmisiones de Fútbol
para Todos— estuvo el Ministro Julio De Vido inaugurando formalmente el
Congreso. Al día siguiente, el académico colombiano, Omar Rincón, rompió el
esquema de los lugares comunes cuestionando la seriedad de las televisiones
públicas de América del Sur mientras que hablaba de las bondades de la
conectividad global, aunque encendía el semáforo por aquello de que mayor
información no es sinónimo de estar más informado. Es un integrado. Los
apocalípticos no están presentes en el Congreso.
A las 16 horas en una de las
salas, funcionarios de tercer orden hablan de obras realizadas en fachadas de
edificios históricos de la ciudad. Obviamente no hay representantes del
Gobierno de la Ciudad
mientras se llenan la boca de “pluralismo” y “democratización”, dos de los
principales slogans de campaña del 2007.
Abel Fatala llega a la charla
corriendo y es el centro de atención. Luego se quedará a presenciar la llegada
de la Presidenta. A
esa hora, las vallas comienzan a dividir los distintos stands para armar el
corralito por donde Cristina saludará a los trabajadores presentes para
ubicarse en el hall principal en que entregará el decodificar número un millón
y pico. Las cifras van y vienen, nadie las cree, pero funcionan como símbolos
de records que se baten en cada discurso.
Vestida de negro, presurosa,
pasadas las 18:20 entra Cristina con sus ministros detrás de ella, casi en fila
india. No hay muchos medios televisivos ni gráficos presentes. Solo el notero
de CQC intenta sin suerte acercarse a ella. Es casi imposible. Charla con una
promotora del stand de la televisión digital e ingresa a un salón en donde la
gente de ceremonial y protocolo ubicó estratégicamente a humildes niños de La Matanza en las filas de
adelante con una jubilada de Berazategui. El combo perfecto.
En su discurso, con
videoconferencia incluida con un Hugo Chávez menos verborrágico, casi como
anestesiado, se emociona cuando la cámara toma un cuadro de Néstor Kirchner.
Amaga a levantarse, llora desconsoladamente y luego vuelve a sentarse para
preguntarle al presidente venezolano sobre su salud. Los tiempos de las
emociones están articulados milimétricamente, excepto por el antes descripto en
que recordé la frase del viernes pasado del empresario de la carne, Alberto
Samid: “Cristina está peleada con la vida, y es natural que así sea,
cuando consiguió todo, se quedó sin nada, perdió a su compañero”. A pesar
de estar siempre rodeada de funcionarios, sus 35 custodios personales,
asesores, alcahuetes, cortesanos y demás, es una mujer solitaria. Alguna
vez se habló de bipolaridad. Es así. Puede emocionarse hasta las lágrimas como
también, 15 minutos después, ensayar un pase de baile para los jóvenes de La Cámpora.
El discurso es corto. Toca
los tres temas habituales del 2012. Malvinas, un punto que sensibiliza a la
casi totalidad de la población, el recuerdo de “él” y la salud de Hugo Chávez,
enmarcados en la inclusión social a niños y ancianos postergados.
No se habla de trabajo o
mejor educación, sino de netbooks y televisión digital. Sin embargo, luego de
décadas de postergación, el circo y el pan —vaya a saber en qué dosis— es visto
como algo histórico y sin parangón en nuestro país por esas miles y miles de
personas que se fanatizan ante su presencia.
Los micros de La Cámpora , más de seis,
llegan tarde. Cristina se está por retirar. Obviamente, no les da ni cinco de
pelota a los escasos periodistas presentes. Sale por la puerta de atrás donde
se agolpan en nuevas vallas, extrañamente colocadas, los jóvenes camporistas
con sus banderas.
La imagen para los
medios afines es la de personas tirándose encima de ella como si fuese una
estrella de rock. Esa es la sensación que queda. Se sacan una foto para el Facebook. Ella saluda
desde lejos y hace como que rompe el protocolo y va y viene un par de veces,
correteando conmigo detrás. Le hablo, ni me mira. Está en su mundo, en otro
mundo. Ensaya un paso de baile, sus custodios me agarran del cuello y
me depositan, en un segundo, a cinco metros de la Presidenta. Ella
les dice con su tono inconfundible, “déjenlo, déjenlo”.
El cronista de CQC intenta
evadir las vallas pero ella ya no habla ni con esos movileros, con los que
solía bromear. El contacto con su gente es directo. Se va saludando y llora
otra vez. Baila y llora. Los 500 manifestantes que solo fueron a saludarla al
finalizar el acto, cantan sobre Malvinas y la gloriosa JP.
El cielo está oscuro, está
por caer la noche y ella sigue bailando sola.
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