En el nombre del padre
¿Nació una estrella de la política con el triunfo de Ricardo Luis Alfonsín? El tiempo tiene la respuesta. Nadie tiene la bola de cristal pero si hay verdades objetivas. Ricardo Alfonsín dio un gran salto en su vida partidaria. Derrotó al aparato tradicional del radicalismo en elecciones internas transparentes y en el principal distrito de la Argentina. De inmediato eso lo consolidó como precandidato a presidente de la Nación junto a su derrotado Julio Cobos y al presidente de la UCR, Ernesto Sanz. Ya hay consultores que dicen que la fórmula Alfonsín- Binner arranca con un 30% de los votos. No es poco para alguien que entró tarde a la política. Recién en 1993 ocupó su primer cargo como convencional. Diez años después de que el huracán alfonsinista que protagonizó su padre refundara la democracia en nuestro país. Y recién apareció con más fuerza y decisión cuando falleció su padre Raúl Ricardo Alfonsín y simultáneamente hizo renacer entre los ciudadanos de a pié la valoración por su coraje republicano y por sus ideas a favor de una democracia social. Como una suerte de Cid Campeador, Raúl Alfonsín, después de muerto le ayudó claramente a su hijo a ganar la batalla por la reinstalación de ese apellido entre los lugares mas destacados de la política. Ricardo se puso los trajes de su padre, se metió de lleno en sus libros, repitió exactamente todos sus gestos apasionados en las tribunas y, tal vez sin quererlo, sacó provecho de un parecido físico que estremece. Son iguales, dicen los viejos boinas blancas de los pueblos. Solo le falta pedir “un médico a la derecha”, repetir más seguido que esta “persuadido” y enlazar sus manos a la izquierda de su rostro para convertirse en un afiche viviente de aquel día glorioso en el que dejamos atrás las tinieblas y el terrorismo de estado. ¿Repetirán lo de los Saenz Peña y serán el segundo caso en el que padre e hijo llegan a la presidencia de la Nación? Falta muchísimo todavía. Se ganó la vida vendiendo mechas para tornos industriales. Por algo Ricardo es nieto de almaceneros de ramos generales por ambas líneas familiares. Se recibió de maestro en la escuela normal de Chascomús y enseño Instrucción Civica en colegios secundarios hasta que logró el título de abogado. Hoy comparte el estudio jurídico con su hermano Javier y ya no lee tanto la filosofía de Ortega y Gasset o Unamuno. Hoy se devora los textos políticos y el español Alfonso Guerra está entre sus preferidos. Si uno le pregunta a Ricardo a que aspira en la vida contesta que a ser una buena persona y a hacerse cargo de combatir las injusticias sociales. Tiene la sangre caliente, gallega y cascarrabias de su viejo. Transmite alegría en medio de la pelea. Sin embargo hay una tristeza permanente que le humedece los ojos. La vida lo castigó de la peor manera. Fue cuando su hijita Amparo de apenas 15 años murió en un accidente en el Colegio Jesús María. Un vidrio maldito se rompió y le cortó una arteria. Semejante drama lo recluyó entre su familia, junto a su esposa Cecilia y sus otros hijos, Lucía, Marcos y Ricardito. Recién pudo salir de esa angustia que desgarra cuando enterró a su padre y recibió el mandato. Tal vez sintió que había llegado la hora de continuar su legado. De multiplicar su herencia de honradez, libertad y justicia social. Muchos se preguntan si ese día cuando Ricardo Alfonsín se persignó frente a la tumba y dijo “En nombre del padre” solo estaba rezando o estaba diciendo algo más. Los tiempos que vienen develarán la incógnita. Recién entonces los argentinos sabremos que tipo de padre nuestro mezclado con el preámbulo de la Constitución estaba recitando Alfonsín. La política suele ser cuna y también destino.
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