Historias sobre ruedas
EL ÚLTIMO VIAJE
Por : Pablo Guzman
Hace algunos años
manejaba un remis, me tocaba el turno de
noche, tenía un viejo falcón que se convertía en un confesionario móvil, los
pasajeros subían y me contaban su vida, como a todos creo.
Encontré
personas cuyas vidas me asombraban, me apreciaban, me hacían reír y también me
deprimían, pero ninguna me conmovió tanto como la mujer que lleve una noche de
Septiembre de 2003.
La telefonista con voz de sueño, me asigno un viaje que
venia de un barrio humilde a las afueras del centro de Solano con calles de
tierra, lugar tranquilo pero como llovía casi nadie lo tomaba y como la noche estaba tranquila y con poco
movimiento no lo dude y fui.
Mientras conducía pensaba , a quien tendría que ir a buscar
a las 4 y 30 de la madrugada?.
Pensé que recogería personas saliendo de una fiesta, alguien
que había tenido una pelea con su amante o un trabajador que tenía que llegar
temprano a la fábrica.
Cuando llegué la
casita estaba oscura excepto por una luz en la ventana.
Muchos conductores sólo hacen sonar su "bocina"
una o dos veces, esperan un momento y después se van.
Aunque la situación
se veía peligrosa, yo siempre iba hacia la puerta, sentí en mi corazón que este
pasajero necesitaba ayuda, caminé hacia la puerta y al golpear una frágil voz
respondió.
Pude escuchar que algo era arrastrado a través del piso,
después de una larga pausa, la puerta se abrió.
Una pequeña mujer de
unos ochenta años se paró frente a mí. Ella llevaba puesto un vestido floreado
y un sombrero con un velo, como alguien de una película de los años 40', a su lado una pequeña maleta.
La vivienda se veía como si nadie hubiera vivido durante
años, los muebles estaban cubiertos con sábanas, no había relojes, ni cuadros
en las paredes.
Ella repetía su agradecimiento por mi gentileza.
-"No es nada", le dije.
"Yo sólo intento
tratar a mis pasajeros de la forma que me gustaría que mi madre fuera
tratada".
-"Oh, estoy segura de que es un buen hijo", dijo
ella.
Cuando subimos al
auto me dio una dirección, entonces preguntó:
"¿Podría manejar
por el centro?".
-"Este camino no es el más corto", le respondí.
-"No importa", dijo ella "No tengo prisa, voy
camino al geriatrico".
La miré por el espejo retrovisor, por sus ojos rodaban
algunas lágrimas...
"No tengo familia", dijo "y el doctor dice
que no me queda mucho tiempo".
Sin pensarlo me
olvide del costo del viaje, la verdad que lo necesitaba pero no se que
me paso, no lo se algo muy especial me estaba sucediendo.
-"¿Qué camino le gustaría seguir?", le pregunté.
Por las siguientes dos horas manejé a través del pueblo, ella
me enseñó el edificio donde había trabajado.
Manejé por el barrio donde ella y su marido habían vivido
cuando eran recién casados.
Me pidió que nos detuviéramos frente a un negocio de muebles
donde una vez existió un club de barrio, al que ella iba a bailar cuando era
adolescente.
Algunas veces me
pedía que pasara lentamente frente a un edificio en particular, o una esquina y
miraba en la oscuridad sin decir nada.
Estaba comenzando a amanecer
cuando repentinamente me dijo:
-"Estoy cansada, llegó el momento de irnos".
Manejé en silencio hacia la dirección que ella me había dado,
era una antigua casona reciclada y convertida en geriátrico, dos empleados vinieron
hacia el Falcon tan pronto llegamos, eran
muy amables y cuidaban cada uno de sus movimientos.
Yo abrí la puerta y suavemente la sentaron en una silla de
ruedas.
-¿Cuánto le debo? preguntó, buscando en su bolso.
-Nada, le dije.
-Es tu trabajo, debes cobrarme.
-Habrá otros pasajeros, le respondí.
Casi sin pensarlo, sentí un gran deseo de abrazarla, ella me
sostuvo con fuerza y dijo: Necesito un abrazo.
Apreté su mano y me despedí sintiendo que nunca más la vería,
la puerta se cerró y fue como el sonido de una vida concluida.
No recogí a ningún
pasajero, manejé sin rumbo por el resto del día, no podía hablar, ¿Qué habría
pasado si a la mujer la hubiese recogido un conductor malhumorado o alguien que
estuviera impaciente por terminar su turno?, ¿Qué habría pasado si me hubiera
rehusado a tomar el viaje o hubiera
tocado la bocina una vez y me hubiera ido?
Los grandes momentos son los que nos atrapan
desprevenidos, aquellos que para otros son sólo pequeños.
La gente tal vez no recuerde exactamente lo que vos hiciste
o lo que dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir...
Por eso siempre lo digo y no me canso de repetirlo…"Conserva
siempre el recuerdo del perfume de la rosa... y te vas a olvidar fácilmente fácilmente
que está marchita"
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